15/12/2017. POR LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS INMIGRANTES
Después de ver miles de imágenes de refugiados, lo
único que a la civilizada Europa se le ocurre es dar dinero a Grecia y a
Turquía para que se los queden, pagamos para que su visión no nos
perturbe, para que frenen la angustiosa llegada de personas desesperadas.
Leemos estos días la noticia de que Libia subasta como
esclavos a seres humanos, se trata de inmigrantes africanos en Libia.
El defensor del pueblo detecta numerosas carencias en
la cárcel de Archidona habilitada como Centro de Internamiento de inmigrantes
irregulares en Málaga.
Las pateras en nuestras costas nos hablan cada día de
cientos de personas ahogadas por culpa de las mafias y traficantes.
Los discursos y propuestas políticas xenófobas ganan
terreno.
Se crean bulos: “Entre los refugiados se cuelan
terroristas”, “En España no caben más refugiados”, “Los inmigrantes y
refugiados hacen que aumente la delincuencia”, “vienen a aprovecharse de los
servicios sociales”, “Van a expandir el islam por occidente”, “Traen
enfermedades”…
Como tantos estados, firmamos la Convención de
Ginebra, que prohíbe devolver a sus países a los refugiados que temen por su
vida, pero hacemos leyes nuevas para no cumplirla. En pro de la pretendida
seguridad el derecho internacional se convierte en papel mojado.
Y es cuando nos preguntamos ¿todos los seres humanos
somos dignos?.
Los inmigrantes, los refugiados, son seres humanos que
buscan una vida mejor lejos de la pobreza, del hambre, de la guerra, de la
masacre, de la explotación, y de la injusta distribución de los recursos del
planeta que deberían ser distribuidos equitativamente entre todos.
La ciudadanía, como venimos demostrando, está muy por
encima de las decisiones políticas. ONGs, grupos sociales y la ciudadanía
en general, se está organizando tanto en los puntos de llegada como en las
múltiples ciudades para salvar vidas, atender a las personas que llegan a
nuestros países y contrarrestar los mensajes y discursos que criminalizan a
quien debe ser protegido.
No caigamos en la indiferencia que humilla, en la
habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el
cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo,
las heridas de tantas personas privadas de la dignidad y sintámonos
provocados a escuchar su grito de auxilio. La indiferencia y el silencio
abren el camino a la complicidad cuando vemos como espectadores a los muertos
por las guerras o conflictos armados, las condiciones de vida de los refugiados,
las violencias y naufragios.
Debemos contribuir a generar una cultura de
solidaridad e inclusión de todas las personas inmigrantes y refugiadas.
Asegurar la paz y el desarrollo tanto en los países de origen como de tránsito
hacia Europa es una pieza clave de nuestro futuro común. Junto a ello es
urgente: Atajar las causas: los conflictos armados, la pobreza, la desigualdad,
la corrupción y el comercio de armas. Aumentar la ayuda oficial al desarrollo:
con atención prioritaria a los estados más frágiles y menos desarrollados.
Disminuir el gasto militar y el comercio de armas. Abordar de raíz las causas
de la trata de personas: considerando a las víctimas no como infractores
sino como víctimas de un delito
Caminemos junto a ellos siendo capaces de marcar, a lo
largo del camino, un huella comprometida y profundamente humana.