Círculos de Silencio en Valladolid. Día Internacional de las Personas Refugiadas.

 



Hoy nuestro Círculo de Silencio es previo al Día Internacional de las personas refugiadas, lo hacemos con nuestro corazón en la frontera, especialmente en Ceuta. Ante la dolorosa situación que se vive cada día, tanto en el mar como en la tierra; sumamos nuestra voz a la de otras entidades y personas con la necesidad de apelar a los derechos humanos, de no criminalizar a las personas y mucho menos a los niños y niñas.

Las imágenes de lo que estaba pasando en Ceuta nos llegaban en directo. Hombres, mujeres y niños esquivando la muerte para atravesar la frontera, mientras que en los medios de comunicación el discurso de odio se apoderaba para meter miedo, o intentar destruir un gesto tan solidario y de ternura como fue el abrazo de Luna y Abdou, devuelto en caliente nada más pisar suelo español, como la mayor parte de los que cruzaron, obviando el derecho al refugio o la ayuda humanitaria.

Denunciamos la hipocresía y frivolidad de jefes de estado, gobiernos y altos representantes, que hace ya unos años, expresaban su profunda solidaridad con las personas obligadas a abandonar sus hogares, decididos a “salvar la vida de las personas refugiadas” y por detrás se han dedicado a cerrar fronteras, a encerrarlas en CIEs, a utilizar la represión y violencia, a deshumanizar a las personas migrantes y a quienes las defienden.

Queremos compartir esta carta del arzobispo emérito de Tánger Santiago Agrelo que publicaba en las redes sociales “cosas que guardan en el corazón”:

Se trata de dos Estados soberanos: Marruecos y España.
Se supone que, entre Estados soberanos, a los problemas que puedan surgir se les busca una solución por cauces políticos, diplomáticos, cómplices del buen entendimiento. Se supone que los dirigentes de esos Estados soberanos son gente razonable, gente fiable, gente madura, gente de buena voluntad, gente que ama la justicia y el derecho.
Se supone…Sin embargo, lo que en estos días está sucediendo en la frontera hispano-marroquí, no deja en buen lugar a los que se supone debieran ser razonables interlocutores de ambos Estados.
Sin pudor, se utiliza a los pobres degradándolos de la condición de personas con derechos inalienables a la condición de cosas, de mercancía, de arma, que el poder utiliza para su propio beneficio.
Sin pudor, olvidada la dignidad inalienable de esas personas, se les anima a morir, porque eso le trae cuenta a quien los deja pasar una frontera y a quien no los deja entrar en la otra.
Mañana, si hay tragedia, y ya la hay, todos los buenos hijos del poder se lavarán las manos, y cuanto mayor sea la tragedia, menos agua necesitarán: el poder, a un lado y otro de esa frontera, siempre se consideró legitimado para matar –el Tarajal guarda memoria de ello-.
Y a esos chicos del agua, a esos “mojados”, a esa humanidad utilizada por unos y otros para hacerse una guerra a la que ellos nunca van, nadie les preguntará qué buscan, qué necesitan, qué podemos hacer para que ejerzan su derecho a buscar una vida digna, en libertad, respetada.
A esos chicos que la legalidad marroquí nos envió en frío, la legalidad española los devolverá en caliente. Legalidad inicua. O, como diría san Francisco, desvergonzada “inequidad”.
A morir, siempre tienen que ir los hijos de los pobres. Y como nada de esto puedo entender, me toca guardarlo, como las cosas de Dios, en el secreto del corazón.

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